La elevación de la mente y el alma, superando las diferencias entre nacionalidades y culturas es el sentido de la solidaridad del Olimpismo que promovió el padre de los Juegos Olímpicos modernos, Barón Coubertin. Japón participó por primera vez en los Juegos Olímpicos de Estocolmo, Suecia, en 1912 y ha sido sede en dos ocasiones.
Estas Olimpiadas se realizan bajo circunstancias difíciles derivadas de la pandemia del COVID-19, que obligaron el aplazamiento de los Juegos y que estuvo bajo el riesgo de cancelarse hasta el último momento.
La inauguración inició con un minuto de silencio en honor a todas las personas del mundo que perdieron la vida a causa de la pandemia. FUKKOKU o resurgimiento y TOYOUSEI o diversidad son los temas de estas olimpiadas.
Esta ceremonia no fue un festejo, cada acto estuvo lleno de simbolismos: un homenaje a la resiliencia, al esfuerzo, a la tenacidad del ser humano, un llamado a la unidad, para pararnos con los pies en la tierra y caminar juntos hacia adelante; también un reconocimiento al esfuerzo y a quienes perdieron sus vidas en aras de ayudar a los demás. Es sobre todo una oportunidad para que los atletas del mundo se junten y den lo mejor de sí.
Las medallas Tokio 2020 se acompañan de flores, símbolo del resurgimiento de Japón: sembradas por los padres en memoria de los hijos que perdieron en el terremoto de 2011 y de la mascota Olímpica, Miraitowa, de las palabras japonesas mirai (futuro) y towa (eternidad). El pasado y futuro de Japón. La diversidad en todos sus sentidos: racial, cultural, económica, religiosa y sexual es el otro gran tema; con la participación por primera vez en la historia, de más de 30 atletas japoneses de diversos orígenes raciales.
Más símbolos: la tenista Naomi Osaka, hija de madre japonesa y de padre haitiano, ascendió sobre una estructura con la forma del Monte Fuji para encender el pebetero, rosa dorado de aluminio reciclado, diseño de una flor de cerezo, característica de la primavera de estas tierras. La bellísima interpretación del himno nacional de Japón por la cantante y autora Misia, con su peinado afro y un llamativo vestido de textiles reciclados y los colores de la diversidad sexual, fue un momento de enorme emotividad.
Unas Olimpiadas diferentes; el poder del deporte para conectar a personas de todo el mundo, sin importar cuán lejos estén o cuán diferentes sean sus idiomas y culturas. Una propiedad insustituible que los seres humanos compartimos universal.
Henos aquí ante unas Olimpiadas que parecían imposibles, unidos por las emociones, entre lágrimas de victoria y derrota, conmovidos ante la fortaleza de los jóvenes deportistas de todo el mundo, del drama de las acciones y de los acontecimientos que emanan de cada una de las competencias que marcarán la vida y que serán ejemplo para el futuro.
Con información de Heraldo de México