Con la muerte de Carlos Saura el cine español pierde a su patriarca. Ha fallecido este viernes a los 91 años en su casa de la sierra madrileña por un insuficiencia respiratoria, deja huérfana a la profesión que tanto amó y elevó. Su salud estaba quebrada desde que sufriera un ictus y una caída el pasado verano. Murió horas antes de recibir en Sevilla el gran homenaje por el Goya de honor que se le entregó días atrás su casa. Aragonés como Buñuel, Saura fue el cineasta que mejor radiografió nuestra compleja idiosincrasia con el avisado y lúcido ojo crítico que se ha cerrado para siempre.
Fotógrafo, cineasta y escritor, nacido en Huesca en 1932, deja atrás una ingente obra en distintas especialidades. Un legado reconocido con premios en todo el planeta que pergeñó gracias a una infinita pasión, talento y capacidad de trabajo. Con él se marcha un aragonés universal.
Sin ir más lejos el azar ha querido que su muerte se produzca la misma semana en la que le conceden el Goya de Honor y unos días después de que su documental ‘Las paredes hablan’ desembarcara en las salas de cine de todo el país. Y hace apenas dos semanas se estrenó su particular visión de Federico García Lorca en un musical protagonizado por la cantante India Martínez.
Una de sus hijas, Anna Saura, aplaudía en una entrevista con HERALDO la vitalidad artística de su progenitor: “Me sorprende cada día. Tiene una vitalidad totalmente envidiable, una motivación por su trabajo y por superarse que no he visto nunca. Eso es lo que le lleva a tener 91 años y seguir trabajando”.
Aproximarse al currículo de Carlos Saura supone una tarea titánica. Tras iniciarse en la fotografía, se adentró en las aguas del cine que jamás abandonaría. En 1957 firmó el cortometraje ‘La tarde del domingo’, prosiguió con el documental ‘Cuenca’, premiado en el Festival de San Sebastián, y se estrenó con su primer largometraje, ‘Los golfos’ (1960).
Su carrera se propulsó en 1965 con ‘La caza’, que abordaba las heridas provocadas por la Guerra CIvil y que le mereció el galardón a la mejor dirección en el Festival de Berlín. Su vínculo con el productor Elías Querejeta se profundizó y propició algunas de sus obras más aclamadas como ‘Peppermint frappé’ (1967), ‘Stress, es tres, tres’ (1968), ‘La madriguera’ (1969), ‘El jardín de las delicias’ (1970) y ‘Ana y los lobos’ (1972).
Su proyección fue cada vez más internacional, como con ‘La prima Angélica’ (1973), Premio Especial del Jurado en el Festival de Cannes; ‘Cría cuervos’ (1975), que repitió distinción en Cannes; la majestuosa ‘Elisa, vida mía’ (1977), protagonizada por Geraldine Chaplin.
Su producción no se detuvo: ‘Los ojos vendados’ (1978), ‘Deprisa, deprisa’, con la que conquistó el Oso de Oro del Festival de Berlín; y una trilogía en colaboración con Antonio Gades: ‘Bodas de sangre’ (1981), ‘Carmen’ (1983), premiada en Cannes y seleccionada para los Óscar; y ‘El amor brujo’ (1986).
Acometió proyectos faraónicos como ‘El Dorado’ 1988), producida por Andrés Vicente Gómez con un presupuesto hasta entonces desconocido en el cine español. En 1990 regresó a los terrenos de la Guerra Civil con ‘¡Ay, Carmela!’, adaptación de la obra teatral de José Sanchis Sinisterra con la que coleccionó 13 Premios Goya. Su pasión por la música se plasmó en títulos como ‘Flamenco’ (1995), ‘Tango’ (1998), ‘Fados’ (2007) o ‘Jota de Saura’ (2016).
Como buen aragonés, la figura de Francisco de Goya le despertó la inquietud y el interés que volcó en ‘Goya en Burdeos’ (1999) y en el cortometraje ‘Goya, 3 de mayo’ (2021).