La dramaturga, novelista, ensayista y traductora mexicana, reconocida a escala internacional, Luisa Josefina Hernández y Lavalle (Ciudad de México, 1928) falleció ayer a los 95 años, informó la Secretaría de Cultura federal.
Aislada del ámbito académico desde hace varios años, la maestra Hernández vivía en Cuernavaca; fue una de las más proliferas y notables escritoras, cuya producción integra más de 60 obras de teatro, 17 novelas y 10 traducciones, además de sus notas de crítica y ensayos.
Entre sus publicaciones se encuentran el libro El gran parque, publicado en 2014 por el sello El Milagro, volumen que incluye cinco obras de teatro inéditas, lo que da cuenta de su continuidad como dramaturga, labor que inició en 1950 con su primera obra Aguardiente de caña.
La Compañía Nacional de Teatro (CNT), junto con la Secretaría de Cultura del estado de Campeche, le rindió un homenaje en 2014, al montar seis de sus obras con el titulo Los grandes muertos, con dirección del maestro José Caballero.
“Como creadora no tuvo tiempo –ni ganas– de promoverse: le parecía deshonesto. Es una escritora que las editoriales no supieron vender y difundir, y que la crítica fue olvidando a pesar de haber obtenido el premio Villaurrutia en 1983 por Apocalipsis cum figuris, de ser distinguida con el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura en 2002, y ser creadora emérita del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes”, apuntó el maestro e investigador Néstor López Aldeco.
Junto con Rodolfo Usigli (1905-1979), Carlos Solórzano Fernández (Guatemala-1919) y Hugo Argüelles (1932-2003) es considerada una notable investigadora del fenómeno teatral en su alma mater, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Gracias a ella se conocen en México los trabajos teóricos dramatúrgicos de los ingleses Eric Bentley y Humphrey Davey Findley Kitto.
Creadora de una literatura tan profunda como vasta, de acuerdo con Estela Leñero, fue una dramaturga excepcional y fundamental para el desarrollo del teatro en México, así como formadora de varias generaciones de actores, escenógrafos y dramaturgos.
Portadora de un talento, inteligencia y belleza extraordinarios, Luisa Josefina Hernández fue la primera mujer en ser nombrada Profesora Emérita en la UNAM y se jubiló en 1995 de la academia.
Formó parte de una extraordinaria generación de intelectuales y creadores egresados de esa facultad, entre ellos Emilio Carballido, Rosario Castellanos y Sergio Magaña.
Tradujo algunas obras de William Shakespeare, así como a autores contemporáneos, como Bertolt Brecht y Arthur Miller, y escribió versiones de obras escritas por Eurípides.
Luisa Josefina Hernández nació en la Ciudad de México, el 2 de noviembre de 1928. Perteneció a la generación de dramaturgos de los años 50, la Generación de Medio Siglo. Comparte su labor literaria con las narradoras de los años 60, como Inés Arredondo y Amparo Dávila, quienes nacieron el mismo año que ella, Rosario Castellanos, Guadalupe Dueñas, Josefina Vicens, María Luisa Mendoza, Julieta Campos y Elena Poniatowska, entre otras, y con las dramaturgas Maruxa Vilalta, Margarita Urueta y Elena Garro, quienes como Luisa Josefina Hernández plantearon temas que iban más allá de lo hogareño y “femenino”.
A juicio de Estela Leñero, “ella fue fundamental para empezar a romper la tradición, para sacar a las mujeres de su ámbito doméstico y volverlas responsables de su destino”.
Para José Caballero, quien dirigió al elenco de la CNT en el montaje de seis obras (El galán de ultramar, La amante, Fermento y sueño, Tres perros y un gato, La sota, Los médicos) de 12 que integran la saga Los grandes muertos, indicó que la influencia y trabajo de Josefina Hernández en el teatro mexicano se puede ver en tres aspectos: la formación de gente, su influencia teórica y en la dramaturgia.
Luis de Tavira, director artístico de la CNT ha dicho: “Heredera del proyecto teórico de Usigli que soñaba con la creación de una escuela mexicana de teatro, construye una obra dramática rigurosamente estructurada, que cataliza la crisis del realismo hacia una dimensión que vincula el texto al desarrollo de una estética actoral congruente y sistemática.
Recibió diversos reconocimientos, aunque no la comprensión que merecía como una de las intelectuales mexicanas más brillantes. Murió en Cuernavaca y hasta el cierre de la edición el sepelio era sólo para familiares y amigos cercanos.