El despertar, o mejor dicho, los despertares indígenas que se han experimentado en México durante las décadas recientes crearon escenarios culturales propios, pero pocos como el de la arrogante Ciudad Real en los Altos de Chiapas. Fuera de los reflectores nacionales, la actividad cultural de autores, autoras, colectivos y promotores puede pasar desapercibida, pero aquí se respira intensamente.
En cafés, restaurantes, galerías y bares se reúnen escritores, artistas plásticos, cineastas o académicos, de origen tsotsil y tseltal, principalmente. No es irrelevante. San Cristóbal de Las Casas solía ser uno de los lugares más abiertamente racistas del país. El desdén a los indígenas era consustancial a la población dominante, kaxclán o “blanca”. Las mujeres y los hombres mayas eran invisibles, pobres, carne de cañón. Debían ceder la banqueta a los coletos. Valían “menos que una gallina”, según los finqueros.
En poco más de 30 años eso cambió radicalmente. No que se haya disipado la discriminación, pero ya es vergonzante y en voz baja. Lo indígena, y lo femenino indígena, están de moda, si se quiere. No es para menos. De por sí, el atractivo turístico de la Ciudad Real era, pese a todo, la artesanía indígena y el ambiente de los campesinos y comerciantes venidos de los pueblos de las montañas.
La impronta zapatista se dejó sentir en la cultura maya local casi de inmediato a finales del siglo XX, como secuela del alzamiento y el activismo político de los rebeldes. Por lo mismo, también se volvió destino de pensadores, escritores, cineastas de todo el mundo, pero no es de eso que se habla aquí.
Hoy existe un joven pero rico corpus literario bilingüe en tseltal, tsotsil, chol y zoque. Sería prolijo ennumerar a los poetas y narradores que han publicado y dado lecturas en estos años. Mucha poesía y relatos, ya lejos del folclor etnográfico, son acompañados por la reflexión teórica de autores como Mikel Ruiz, Delmar Penka o Xuno López Intzin. Traductores y promotores culturales como Xun Betan, la poeta chamula Enriqueta Lunez, la poeta chol Juana Peñate y el maestro Armando Sánchez andan por aquí. La edición de libros es difícil y de restringida circulación, pero incomparablemente más extendida que antes.
Fotografía, pintura, cine y gastronomías
De la admirable artesanía tradicional han brotado fotógrafos como Maruch Santiz, pintores y creadores plásticos como Juan Chawuk, Saúl Kak, Pet’ul Gómez, Antún K’ojtom, Darwin Cruz, Säsäknichim Martínez, por mencionar sólo algunos.
En las modestas aunque pródigas tiendas autónomas zapatistas uno encuentra los elocuentes óleos naïves del caracol zapatista de Morelia. Ahora existe un caracol en San Cristóbal: el Jacinto Canek, lugar de reunión y reflexión para indígenas procedentes de las comunidades de la región y del propio municipio de San Cristóbal.
Programas formativos y de apoyo a la producción como ProMedios, ImagenArte, Tragameluz, Sinestesia, Ambulante han dejado marca y dan pie a un nuevo cine documental y a una nueva fotografía. Tenemos filmes recientes, como los de Xun Sero, María Sojob, Juan Javier Pérez y otros que ya desfilan por cinetecas, festivales y plataformas.
Existen antecedentes claves como la cooperativa Sna jtzi’bajom (desde 1982), el Taller Leñateros, la escuela para escritores en el bar Los Amorosos en los años 90, Chiapas Photography Project. Hoy encontramos espacios importantes, como la galería Muy, dedicada a promover la creación, exhibición y promoción de los artistas plásticos mayas y zoques, donde uno encuentra lienzos, grabados, esculturas e instalaciones de importante valor estético.
Una nueva cocina maya chiapaneca florece en exitosos restaurantes-galería como el Taniperla, donde a buenas pizzas y guisos sabrosos se añade una cocina selvática a base de plátano, maíz criollo, flores, chiles y hojas de la Lancandona. Hasta el discutible pox tiene hoy expendios turísticos, así como el café y la miel de cooperativas y de municipios autónomos, que también propician espacios culturales.
Aunque en otras partes del país sucede una similar profusión cultural indígena, como Oaxaca y la Ciudad de México, en San Cristóbal resulta más inesperada y visible. Si bien las instituciones públicas del ramo juegan algún papel, no son tan exitosas como los emprendimientos, proyectos y cooperativas independientes de los indígenas.
Tampoco es desdeñable el efecto científico y cultural del Colegio de la Frontera Sur, el Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social, la Universidad Nacional Autónoma de México, el Centro Estatal de Lenguas, Arte y Literatura Indígenas, la Unión de Escritores Mayas-Zoques, el colectivo cultural Abriendo Caminos José Antonio Reyes Matamoros o Cideci-Universidad de la Tierra, así como las universidades públicas (Universidad Autónoma de Chiapas, Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas, Intercultural). Todos, con trabajo dirigido frecuentemente a los recursos, la etnología, la lingüística y la biología en territorios indígenas, con una creciente presencia de estudiantes e investigadores de los pueblos originarios, casi siempre bilingües.
En medio de una simultánea descomposición social que afecta a las comunidades del estado, producto de la corrupción, el paramilitarismo, la violencia criminal, la migración masiva al norte y la agresiva urbanización, el hoy peligroso valle de Jovel aparece también como novedoso crisol para la artes, la investigación y la divulgación de quienes hasta hace poco eran vistos sólo como campesinos, vendedores callejeros, artesanas y mendigos. El cambio cultural indígena que irradia San Cristóbal de Las Casas es profundo.